PARTIDO COMUNISTA INTERNACIONAL: Lo que va de Marx a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido  Comunista de Italia (Livorno, 1921); la lucha de la Izquierda Comunista contra la dgeneración de la Internacional, contra la teoría del "socialismo en un solo país" y la contrarrevolución estalinista; el rechazo de los Frentes Populares y de los Bloques de la Resistencia; la dura obra de restauración de la doctrina y del órgano revolucionarios, en contacto con la clase obrera, fuera del poliqueo personal y electoralesco.


No es el “espectro que se cierne sobre Europa” (¡se necesita algo más!), pero todos hablan de ello. Crece el número de quienes no van a votar, mientras la crisis económica, con sus inevitables altibajos, se hace más profunda y se difunde a la vez que se multiplican por doquier (de España a Egipto, de Francia a Venezuela, de Hungría a Italia y en marcha por todo el mundo) las citas electorales, las consultas populares de todos los pareceres, los rituales democráticos de todo tipo – desde la recogida de firmas por uno u otro problema a la gran feria electoral de las elecciones presidenciales en USA. La “movilización democrática” es incesante: retumba y se repite en todos los países, es amplificada por todos los medios de comunicación, crea un fragor ensordecedor, recurre a todas las técnicas de condicionamiento de los cerebros, levanta una densa polvareda que va calando sobre todas las cosas y ocultando la realidad a los ojos. Al mismo tiempo, la “gente”, perturbada de escándalos y desvergüenzas, revelaciones y desilusiones, peleas en familia y rebotarse de acusaciones y anatemas, frente a ese Gran Festival Mundial de la Democracia, va a votar cada vez en proporciones más reducidas, siguiendo una tendencia ya evidente en la “mayor democracia del mundo”, los Estados Unidos de América (con excepciones, en tal o cual ocasión, en que se invierte de golpe la tendencia, entre el júbilo general).

En medio, entre el recurso cada vez más insistente al voto y la reacción de rechazo, florecen (para marchitarse bien pronto) grupos, individuos, formaciones, con un abanico de posiciones que van desde la “izquierda” hasta la derecha y con discursos marcados con la más banal retórica demagógica, a veces agresiva, populista, desbocada, otras veces hecha de buenos sentimientos, de preocupada aprensión – siempre ondeante entre dos extremos (que más que extremos, son gemelos siameses): la llamada a una “mayor democracia” (la “verdadera democracia”, la “democracia desde abajo”, la “democracia popular”) y la amplificación instrumental de todos los temas de la desafección (el “desapego entre los palacios del poder y el país real”, el “rechazo de la política”, la “repugnancia por los partidos” y así sucesivamente).

Pero ¿qué es esto abstencionismo?

Es el hijo de la muy burguesa “libertad de pensar y de razonar con la propia cabeza”: la eterna ilusión de que el individuo pueda contar o pesar, en un mundo que, al contrario, lo aplasta y lo anula cada día bajo el peso de la ideología dominante y de las materiales condiciones de vida y de trabajo. Es una patética “llamada de atención” (“si no nos ayudáis, nosotros nos abstendremos”), dirigida a entidades (el ayuntamiento, la comunidad, el estado, el presidente, etc.) que se siguen siendo considerados por encima de las partes, interesados por el bien común, expresiones de una abstracta “cosa pública”. Es hijo de la indecisión y de la frustración que nacen del permanecer encerrados dentro del recinto estrecho del juego parlamentario e institucional, en cuyos partidos y camarillas, grupos e individuos dan lo peor de sí y no se entiende bien dónde quieren ir a parar – un ballet de estatuas de cera cada vez más deshechas. Es una lastimera súplica (“¡Haced algo!”) que cree tener piernas por el mero hecho de reconocerse en un porcentaje que crece en cada cita electoral.

Todo ello, a nosotros, los comunistas, no nos interesa. Voten o no voten, en esas condiciones, con esas premisas, para nosotros es indiferente.

Nuestro abstencionismo tiene un origen muy diferente y muy diversa perspectiva. Nace del análisis del desarrollo de la sociedad burguesa en el tiempo, de la naturaleza del estado, del papel y de la función de la democracia y de la realidad verdadera, profunda, de los institutos democráticos, del nivel que sean. En una sociedad dividida en clases como es la burguesa, la clase que está en el poder domina con todos los medios a su disposición: las condiciones materiales de la vida, la fuerza militar en todas sus formas, la escuela, la familia, la religión, la ideología en general. El estado es el instrumento organizado de ese dominio y la democracia, uno de los envoltorios que cubren ese dominio: nunca ha dudado en usar el puño de hierro y, cuando (al paso con la evolución en sentido cada vez más centrado en la economía, propia de la época imperialista) se ha sentido amenazada, se ha mudado en despotismo, en fascismo, y esa misma mutación la ha transformado en lo profundo, de manera indeleble y definitiva, vaciando aún más de su sentido y función a esos mismos institutos democráticos que exalta a pleno plumón. Las verdaderas decisiones son, de hecho, adoptadas por organismos técnicos que expresan directamente las exigencias del capital como potencia anónima.

Nuestro abstencionismo, por tanto, nace de la consideración científica (sufragada por una experiencia ya secular) de que el proletariado y los comunistas no tienen nada que esperarse por parte de los organismos representativos de cualquier nivel – ni siquiera considerándolos como útiles instrumentos de difusión de la propia propaganda. Son organismos que, al contrario, enjaulan a la clase dominada, le impiden manifestar su propia identidad antagonista, desvían y vacían las presiones que esta ejercita bajo el empuje que se desencadena desde el subsuelo social, la retiene y le impiden ponerse en juego y hacer sentir su propia fuerza organizada, convenciéndola en cambio a delegar en otros la solución de sus problemas (siempre, sin embargo, permaneciendo en el cuadro de las “cosas como están”).

Nosotros, los comunistas, denunciamos y repudiamos tanto la condición que ve a los proletarios agachar la cabeza y deponer la papeleta electoral en la urna, como ese abstencionismo humoral que, si se lo trabaja a base de bien junto a políticos, medios de comunicación masiva, editorialistas, está listo para mudarse hacia el lado opuesto. El elemento esencial para nosotros es el retorno a la lucha: es la comprensión (incluso meramente instintiva) de que se debe recomenzar a luchar colectivamente para defenderse del ataque que el capital conlleva inevitablemente (tanto en las fases de expansión como en las de crisis) para nuestras condiciones de vida y de trabajo; es también la experiencia – madurada en la propia piel – de que no se puede delegar en nadie las decisiones relativas a nuestra existencia y la de las futuras generaciones; y es la percepción de que para tomar el poder habrá que abatir precisamente las instituciones democráticas – todas.

Que los proletarios no se hagan ilusiones de que esta o aquella máscara es “un poco mejor” que otra: que bajen a las plazas, que hagan sentir su voz, que no se dejen intimidar por el despliegue de las fuerzas del orden o engañar por los discursos de políticos y sindicalistas que desde hace tiempo son instrumentos del enemigo, que no se dejen cortar las piernas por las llamadas a la “conciliación”, a las “superiores exigencias del país”, por toda la pacotilla que usa la clase en el poder desde hace más de dos siglos para engatusarlos. Que tomen las riendas de su propio destino. Nos encontrarán siempre, no solo a su lado en las luchas cotidianas para defenderse de los ataques del capital, sino preparados y organizados para guiarlos a su tarea histórica, a la toma del poder. Y en ese punto, ir a votar aparecerá realmente como el engaño que realmente es.

 Partido Comunista Internacional

 

 

 

 

INTERNATIONAL COMMUNIST PARTY PRESS
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