PARTIDO COMUNISTA INTERNACIONAL: Lo que va de Marx a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido  Comunista de Italia (Livorno, 1921); la lucha de la Izquierda Comunista contra la dgeneración de la Internacional, contra la teoría del "socialismo en un solo país" y la contrarrevolución estalinista; el rechazo de los Frentes Populares y de los Bloques de la Resistencia; la dura obra de restauración de la doctrina y del órgano revolucionarios, en contacto con la clase obrera, fuera del poliqueo personal y electoralesco.


El capitalismo estatal no es solamente el aspecto más reciente del mundo burgués. Sus formas mas acabadas son muy antiguas, y se corresponden con el propio surgimiento del modo capitalista de producción; han servido como factores primarios de acumulación inicial, y han sido anteriores a los ambientes ficticios y convencionales, mas cercanos al campo de la apología que al real, de la empresa privada, de la libre iniciativa, y otras bonitas cosas” («Doctrina del diablo en el cuerpo», Battaglia comunista,  1951)

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En estos tiempos, ya sea en debates impresos ó en las ondas del éter, llueven las preguntas y las dudas hamletianas: pero, este capitalismo… ¿es realmente el mejor de los mundos posibles?. Todavía no se lo preguntan los proletarios, ocupados en los problemas de conseguir cada día la comida (la pregunta se formulará espontáneamente cuando eso se haga aún mas difícil), sino la flor y nata de los economistas y de la intelligentsia burguesa.

Algún académico incluso llega a predicar el fin histórico del capitalismo como tal, concediéndole como mucho algunos decenios de una existencia turbulenta y desagradable[1], pero la mayoría se dedican a la afanosa búsqueda de “modelos” distintos de capitalismo capaces de sostener las descomunales contradicciones, fármacos que garanticen al decrépito enfermo mantenerse en pie, vivo y alerta como en los buenos tiempos[2]. Ahora, al estar entre los concurrentes China, demostrando todavía vitalidad y altas tasas de crecimiento, sería el “modelo” chino el ejemplo a mirar, para copiar de allá los factores de competencia y competitividad internacional. El Economist ha dedicado una serie de artículos a la reaparición con el ascenso de China, al “capitalismo de Estado”, con sus correspondientes imágenes de Lenin en la portada[3]. Solo que esta bendita China está muy lejos de reproducir el modelo ideal que desde hace 30 años se decanta por el neoliberalismo, y que se condensa en la fórmula “menos Estado, mas mercado”. El modelo chino se describe como un modelo de capitalismo “centralizado”, en el cual el Estado interviene de forma masiva en la economía. Son estos tiempos en los que las certezas vacilan…A donde vamos a llegar;  el modelo de eficiencia es precisamente el tan vituperado Estado! Así están las cosas, como se puede leer en el Corriere Della Sera del pasado 23 de Enero: ”Está en discusión el alma del capitalismo” , es decir, la capacidad del mercado de activar fuerzas creadoras de nueva riqueza[4].

 

Al leer afirmaciones como estas se pregunta uno si el citado articulista ha vivido hasta ahora en el país de los gnomos; según él, el capitalismo habría sido hasta ayer una realidad dinámica, la “fuerza motriz del mundo”, y solamente después de la crisis del 2008 se hubiera transformado en un “club privado”, en el cual las diferencias sociales aparecen como “injustas, no merecidas, porque no son fruto del emprendimiento, un premio al trabajo, sino resultado de beneficios y participaciones en las redes del poder y del dinero”.  Constata que la globalización ha llevado el capitalismo a los países emergentes, pero no por ello “ha triunfado la economía abierta, el libre juego de los individuos que al final resulta en la benéfica mano del mercado”; por el contrario, triunfan “poderosos conglomerados que usan dinero público y contactos políticos para dominar su terreno en las economías domésticas e internacionales”. En pocas palabras, si lo hemos entendido bien, por una parte –en Occidente- se daría un capitalismo genuino y vital creativo, en donde  el Individuo es libre para obtener beneficio de su propio emprendimiento, mientras en Oriente (tal vez porque siguen siendo un poco…”comunistas”)  y en general en los países emergentes, el capitalismo no se asocia con “lo privado”, sino con el Estado (totalitario). El fino razonamiento, apoyad por convincentes estadísticas, termina con una revelación que dejará huella: “Sin embargo, el hecho mas extraordinario es que el estado sea cada vez mas determinante en aquello que una vez [¿] era la tierra del libre mercado, Occidente”. ¿Qué será lo que ha sucedido? ¿Qué fuerzas malignas se han desencadenado, transformando en poco tiempo e risueño valle capitalista en el oscuro reino del tiránico Estado?

El problema que nos planteamos en este punto, antes de pasar a desmantelar esta incoherente construcción ideológica, apoyándonos en algunos inoxidables textos nuestros de los años cincuenta, es cuestión de sensibilidad humana: ¿quien le va a decir al periodista que el Estado está ligado al capitalismo y al mercado desde sus orígenes y que los dos términos están ligados entre sí desde siempre? De hecho, “para que exista el mercado es preciso que una fuerza superior impida a los contratantes sustituir el pacto por la riña. Una sociedad que vive de mercancías debe tener un poder organizado[5]. No parece difícil de entender. Comenzamos con la cuestión de los “modelos” del capitalismo. Las categorías dentro de las que se mueve –desatinando- el pensamiento económico burgués se balancean entre los dos polos opuestos, Estado y Mercado, entre los cuales residen una variedad de posibilidades (modelo renano, modelo anglosajón, y ahora…chino; depende un poco del aire que sople). Esta pretensión de establecer distinciones cualitativas entre capitalismo y capitalismo, sobre la base de una prevalencia del carácter “privado” sobre el “público” y viceversa la liquidamos mediante esta simple fórmula: “el capitalismo es sólo uno, entendido como época histórica y como modo de producción[6]. A lo largo de su curso histórico, el capitalismo se sostiene sobre dos presupuestos capitales:”Uno, que no sea cuestionado ni susceptible de poner en cuestión el derecho de la empresa productiva a disponer del producto y de los ingresos del producto…El otro punto es que las clases sociales no tienen límites cerrados[7]. El primer presupuesto es por sí mismo suficiente para determinar el carácter privado de la apropiación (no de la economía, por tanto, sino del título jurídico de propiedad) de los bienes y la existencia del intercambio y del mercado; el segundo contiene la posibilidad de que pueda existir capitalismo sin la clase física de los capitalistas, es decir, presentado bajo la fórmula de capital anónimo, sin por esto cambiar un ápice su propia naturaleza. El desarrollo del capitalismo se orienta evidentemente en esta dirección, hasta el punto de que el slogan un poco ingenuo de Occupy Wall Street, “el 99% de explotados contra el 1% de explotadores”, contiene una intuición a su modo profética y científicamente fundada. Se va en esa dirección.

 

 

El desarrollo del capitalismo no transforma sus caracteres esenciales y sus presupuestos, ni siquiera en el transcurso de las condiciones históricas. Desde el punto de vista de la estructura económica pueden reconocerse tres fases: 1) la acumulación inicial de masa monetaria bajo las formas históricas del capital usurero y comercial, y el uso de fuerza de trabajo asociada libre de vínculos de servidumbre, comercio exterior y ultramarino en el primer colonialismo 2) maquinismo y paso de la supremacía comercial a la supremacía industrial 3) imperialismo y último colonialismo, cuando “los blancos colonizan a los blancos”. 

 

Las tres fases comparten estrechamente el comportamiento de la burguesía como clase, el ejercicio de su monopolio social sobre las fuerzas productivas, de cuyo control están excluidas las clases trabajadoras, el empleo sin límites ni escrúpulos de la fuerza del Estado como ‘agente económico’ y del gobierno como el ‘comité de intereses’ burgués, incluso empujando a su máxima expresión el engaño económico de la libre iniciativa económica y de la democracia política. No hace falta recordar todo esto para demostrar que el enfrentamiento entre los fenómenos de las dos fases extremas, y mas expresivas, de la tiranía capitalista, es total y convincente

[8]

 

El paso de las formas liberales a las formas despóticas tras la inicial, y por otra parte violenta, acumulación originaria, no representa un cambio cualitativo, sino que viene dado por “la enorme brecha en el desarrollo cuantitativo y en la intensidad entre las diferentes metrópolis, así como en su diversa difusión en el planeta[9]. Son por tanto las dimensiones de la producción, de la empresa, de los mercados, etc., los que determinan la necesidad de dirección despótica de un sistema tan complejo, no está entre las posibilidades un retroceso hacia formas liberales, por cuanto la época “gloriosa” del capitalismo se evoca constantemente por sus corifeos, y constantemente se pretende identificar características liberales en la época actual. Con la entrada en la fase imperialista, la formación de los trusts y los monopolios, las grandes sociedades anónimas, la dominación del capital financiero, el Estado asume un papel cada vez mas decisivo e intervencionista sobe la sociedad y sobre la economía, precisamente en razón del hecho de que la producción misma está ya en su forma social, y choca con la forma todavía privada de la apropiación:

Con el gigantesco crecimiento de la producción industrial moderna ‘el modo de producción se rebela contra el modo de intercambio. Las fuerzas productivas se rebelan contra el modo de producción que las mismas han superado ya. El hecho de que la organización social de la producción en el interior de la fábrica haya alcanzado el punto a partir del cual se hace incompatible con la anarquía de la producción existente en la sociedad con la que coexiste, es un hecho palpable para los mismos capitalistas’…‘Es esta reacción al propia carácter de capital que tienen las fuerzas productivas…lo que obliga a la propia clase capitalista cada vez mas a tratar como sociales estas fuerzas productivas…[que] impulsan aquella forma de socialización de masas considerablemente grandes de medios de producción, que encontramos en las diversas variedades de sociedades anónimas…A un cierto grado de desarrollo tampoco esas formas son suficientes...De uno u otro modo con trusts o sin trusts, hay una cosa cierta: que el representante oficial de la sociedad capitalista, el Estado, debe asumir al final la dirección’

[10]

 

Tanta insistencia en esta alternativa maniquea, según la cual el máximo Bien residiría en el Mercado –lugar en donde actúa la fuerza motriz y creativa de lo privado – y lo mas Execrable en materia económica y moral en el otro, desgraciadísimo público, espacio en donde prosperan parásitos, vagos y aprovechados, se justifica hoy por el hecho de que toda esta pretendida fuerza se va progresivamente debilitando con la crisis de sobreproducción crónica, que va empantanando la enorme masa de mercancías en la charca mercantil. El Capital tiene la necesidad vital de activar al máximo los recursos del estado para dar a las empresas nacionales mejores condiciones de competencia en los mercados mundiales, para poner todos los recursos de la nación – el proletariado en primer lugar – al servicio de la guerra (por ahora) económica que el país debe afrontar en el único mercado que tiene las dimensiones necesarias para absorber los excedentes productivos: el mercado planetario. Tanto neoliberalismo conduce por lo tanto a su contrario: organización y control despótico de la producción y de la sociedad por parte del Estado, con el consiguiente hinchamiento estatal. Se refuerza el carácter fascista del Estado, “que es de hecho el método de estrecha organización de clase de la burguesía, que simultáneamente quiebra el movimiento obrero e impone determinadas autolimitaciones, con las cuales, a efectos de objetivos clasistas, intenta frenar dentro de límite determinados el impulso de todo capitalista individual y de toda empresa individualmente hacia la consecución de ventajas de forma aislada[11]

 

Aquí sólo podemos reunir de forma resumida las modalidades mediante las que, en época imperialista, el Estado, en su forma fascista ó democrática, ha intervenido para salvar el Capital ante la amenaza de la revolución proletaria con su violencia institucional, y tras la crisis de entreguerras con el intervencionismo de las obras públicas, la legislación bancaria, el rearme. En la segunda posguerra, las participaciones estatales y el estado de bienestar han constituido los pilares de la intervención en economía y del control social, alimentando las ilusiones de la posibilidad de un “capitalismo con rostro humano”. Hemos llegado en fin al actual período, el del dominio del neoliberalismo económico, que ha visto imponerse la especulación financiera sobe los mercados mundiales gracias a la “desregulación” a todos los niveles y a la política de “dinero fácil” por parte de los bancos centrales, empezando por la Fed.

 

La mas reciente y evidente demostración del intervencionismo del Estado en materia económica es el inmenso desembolso de dinero público, a ambos lados del Atlántico, para llenar la vorágine sin fondo de los balances bancarios, con el bonito resultado de que la banca, conmovida por la ilimitada capacidad de pago, les devuelve el dinero (con intereses naturalmente: ¿qué tipo de banca sería, si no?) comprando los títulos de deuda pública especialmente rentables precisamente cuando el Estado está en crisis. Ante esto, la denominada libre empresa (si así se puede denominar la producción fragmentada en pequeñas y medias empresas, que a despecho de las dimensiones tiene en cualquier caso carácter social, estando integrada en el sistema de la producción y del mercado) mantiene la boca cerrada, porque la alternativa es empeñarse en tasas de interés equiparables a las de las Letras del Tesoro. Al final, un gran número de ellas echará el cierre, para ventaja del Capital anónimo e impersonal, concentrado en grandes sociedades en donde la propiedad de la empresa, abolida de hecho por el carácter social de la organización de semejantes monstruos, ya figure en forma de cuotas por acciones o de participaciones. Aquí el manager, a quien se confían los destinos del coloso, opera y prospera con capital ajeno, sin arriesgar nada del propio, a diferencia del libre emprendedor que figura en la ideología del capitalismo pionero, en el mito.

 

La continua petición de “mas espacio para lo privado” resuena precisamente cuando todo aquello que es privado está sometido a una violenta expropiación a manos del sistema fiscal, “potente herramienta de expropiación de los pequeños productores y por lo tanto de acumulación capitalista”,  de la deuda pública que, “como tocada  por una varita mágica, …dota al dinero improductivo de la capacidad de procrear, convirtiéndolo así en capital[12] En esta fase, fisco y deuda pública continúan desarrollando su función histórica de modo particularmente violento, como lo demuestran la agonía de miles de pequeñas empresas y la conversión de enormes cantidades de dinero público improductivo en capital bancario.

 

La historieta que el Estado echa como un fardo sobre la espalda de la libre “economía privada” es uno más de los rumores creados por la industria del cotilleo, que crece como ninguna. Los “dispendios” de dinero público forman parte de un sistema intrínsecamente derrochador, en el que la construcción de obras públicas que luego se degradan en el abandono ha desarrollado ya su función económica de producir beneficios en el momento de la construcción, mientras su uso más o menos “social” es totalmente secundario. Se oye repetir que es necesario privatizar esto o aquello para combatir gastos inútiles e ineficientes: el agua y los servicios públicos municipales son los nuevos objetivos, y no está lejano el tiempo en que le toque el turno al aire y a la luz solar, de las profundidades marinas, de las cumbres nevadas y de todo lo que queda en el mundo. Pero, ¿qué significa “privatizar”? Significa que el Estado o el ente público se libera de la gestión directa de un servicio y lo confía a una “sociedad e conveniencia” creada al efecto por grupos privados que se postulan ofreciendo determinadas garantías: se trata de “Algunos tipos versados en los negocios, que tienen lujosas oficinas y están introducidos en las antecámaras económicas y políticas, no tienen sin embargo un real propio o avalado por títulos nominativos o inmobiliarios (…) hacen el ‘plan’ de un negocio determinado, y fundan una sociedad que tiene como único patrimonio ese plan

[13]

 

El Estado vende su propia actividad a esta sociedad que generalmente se financian “a futuro”, o a través de un sistema bancario del que son frecuentemente producto, y mientras el Estado renuncia a la gestión directa, pero también a los ingresos que de ello se deriva, estos tipos versados en negocios y sobre todo bien introducidos ingresan abundantes beneficios de un servicio que reduce hasta los huesos los costes y grava pesadamente sobre los usuarios en términos de calidad y de precio. Con la misma lógica de capital anónimo operan sociedades internacionales (hedge funds) que adquieren también “a futuro” áreas productivas completas a precios tirados, las reestructuran y las venden a precios inflados, absolutamente indiferentes al objeto de la especulación e interesados únicamente en el beneficio. El capitalismo moderno no produce mercancías, produce plusvalor. En todos los casos, nuestros “privatizadores” operan con dinero ajeno sin arriesgar nada del propio. Nunca el empresario ha sido tan libre como cuando puede operar sin capital propio, confiándose a una red de intereses y relaciones que consolidan su posición de poder y le aseguran la protección de grupos en competencia (podemos llamarles por su nombre: bandas rivales); nunca los bancos han sido tan libres de especular a todo tren, sin preocuparse de los riesgos, contando con la benévola protección del Estado, que se encarga de recuperar las pérdidas sacándolas del cuerpo social.

 

“Privatizar” significa por tanto sustraer actividades de interés público a una gestión de cuyos costes se hace cargo el Estado en su conjunto, o que como máximo cuida el equilibrio entre entradas y salidas para transferírselo a grupos que operan como capital anónimo, a una gestión orientada al beneficio capitalista. Otra cuento glorioso es que todo esto sea para beneficio del usuario en virtud de la introducción del factor competencia en un determinado sector [14]. Los precios aumentan en vez de disminuir, porque los tiempos del capitalismo de competencia, si existieron alguna vez, se los llevó el viento y ahora domina un régimen de pocos grandes grupos, en torno a los cuales gira toda la economía. ¿Que decir de las reformas de las pensiones y del mercado de trabajo, de la furia de los gobiernos del Capital contra las condiciones de vida de las masas de asalariados ? El ataque ideológico contra el Estado ineficiente esta orientado a justificar el desmantelamiento de aquella parte que proporciona las prestaciones “sociales” residuales, cuya privatización implica a transformación en otros tantos sectores de capital productivo (de intereses o de beneficios) y a favorecer, por el contrario, la intervención a favor de la empresa y del capital anónimo. En la fase imperialista, la integración entre Estado y Capital es máxima, como máxima es la presión ejercida sobre el proletariado y sobre sectores en vías de proletarización.

 

 

Se reduce así progresivamente el Welfare público, este instrumento de estabilización y organización del consenso. Los escasos partidarios de una “vuelta” del estado a la tarea de estimular el consumo deprimido inflando el déficit, en vez de deprimirlo aún mas mediante métodos de “sangre y lágrimas”, encuentran poco crédito –todo hay que decirlo– a causa de la enorme exposición de deuda tanto del Estado como del sector privado (bancos), y se hace cada vez mas claro que “no hay nada que rascar”, al menos para la gran masa acusada de haber disfrutado hasta ahora, mientras queda bastante que “rascar” en los niveles altos, especialmente para los auténticos parásitos y pícaros que manejan cantidades enormes de dinero ajeno, confiando además las decisiones propias de auténticos cuentistas a los automatismos de complicados algoritmos. 

 

Tanto los neoliberales –partidarios de una retirada del Estado– como los raros partidarios de políticas “sociales” tienen el mismo fin común: salvar el Capital. Derechas e Izquierdas burguesas parecen, por otra parte, haber encontrado una síntesis política en la novedad de los “gobiernos técnicos”, lo que revela su identidad sustancial de objetivos: alimentar el Capital, hambrear a los proletarios. No estamos, por tanto, tan interesados en condenar el vilipendiado 1% como en subrayar que quien engorda es el hambriento Capital, y lo hace como siempre, cebándose sobre la misma víctima: “El capital dispone de todos los millones de cuatro siglos de acumulación para despellejar a su gran enemigo: el Hombre[15].

 

La competencia se mantiene en la carrera entre Estados en cuanto representantes de los respectivos capitales nacionales, que entre ellos se enfrentan con espíritu nada librecambista, a golpes de dumping y proteccionismo, sobre todo cuando los volúmenes de comercio mundial se contraen. Además del apoyo a la exportación, de otras varias formas de proteccionismo, de acciones diplomáticas para beneficiar a las empresas y de otras, la guerra constituye el supremo servicio del Estado que pone todos sus recursos a disposición de la máquina capitalista; así, esta puede marchar a toda máquina, sostenida por la industria bélica y por la destrucción (la carne de la matanza se elimina en tanto que coste excesivo para las cajas del Estado por los subsidios y las pensiones, coste destinado finalmente al empleo productivo de los stocks almacenados de bombas). Productividad y eficiencia son desde siempre la consigna más patriótica: el que no sirva, a la calle.

 

Nuestra corriente ha identificado en el capitalismo de Estado la forma mas alta de subordinación del Estado al Capital, en polémica con cuantos veían en la URSS y satélites una forma intermedia entre capitalismo y socialismo. Hoy, tal subordinación es tan abierta y evidente que se puede simplemente hablar de Estado del Capital, la realización de una forma pura de dominio político sin máscaras de ningún tipo.

 

Los centros financieros internacionales dictan las condiciones a los Estados, imponen la política económica a los países que no alcanzan el suficiente grado de explotación de su proletariado. La acción de estos centros es internacional, pero su base continúa siendo nacional; disponen del apoyo de los estados imperialistas más fuertes, que los alimentan con gigantescas provisiones de fondos. A su vez, los gobiernos imperialistas usan la especulación tanto para trasladar al exterior una parte de las contradicciones internas como para arma de condicionamiento político en lo que tiene visos de ser una real y verdadera guerra económica, con condiciones leoninas para interrumpir la ofensiva y con vertidos reales de sangre. En este trance, en el que queda claro quien manda y ordena en la relación entre Capital y Estado, se pone manifiesto en cualquier caso el extremo grado de debilidad de este, su creciente dificultad para controlar el carácter anárquico de la producción y del mercado. Al intento de transformar la sociedad en una cárcel productiva, va paralela la pérdida del Estado en capacidad de control político, y “utiliza cada vez menos charla liberal, y cada vez más medios policíacos y de represión burocrática…

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Todo ello pertenece por derecho propio a la tradición secular del Occidente democrático y liberal, y es su natural funcionamiento; China, también en esto, se limita a copiar.



[1] Es el caso del sociólogo Immanuel Wallerstein, de la escuela histórica de F. Braudel, y de otros.

[2] “¿Capitalismo en crisis?” es el título de una serie de artículos que desde hace semanas aparecen en el diario inglés The Financial Times. ‘La gran transformación: dar forma a nuevos modelos’ fueron el tema de las discusiones que se mantuvieron el mes de febrero de 2012 en  el encuentro de Davos. La convicción de muchos (que la actual crisis no es solamente un incidente en el camino, fácilmente superable) se convierte en elemento de reflexión de la élite del mundo occidental. Por el contrario, este debate reconoce implícitamente que no es deseable sanar nuestras economías para que vuelvan a funcionar como antes del estallido de esta crisis. De hecho, muchos reconocen que la forma actual de capitalismo dominado por el capital financiero debe considerara como un modelo a clausurar y que ahora se trata de perseguir nuevos modelos mas adaptados a nuestras necesidades’, como ha sostenido el fundador del Forum de Davos, Klaus Schwab” (A. Tuor, “¿Es la crisis del capitalismo?”, Corriere del Ticino, 27-1-12).

[3] The Economist, 21 de Enero 2012

[4] D.Taino, “Neo-estatalista, rígido, negado al poder, el Capitalismo ha cambiado su alma” Corriere Della Sera, 23-12-2011.

[5] “En el vértice de la anarquía mercantil”, Battaglia Comunista, n.9/1952. Recordamos que Battaglia Comunista era entonces nuestro periódico quincenal, antes del cambio de cabecera y nacimiento de Il programma comunista.

[6] “Empresas económicas de Pantalone” Battaglia Comunista, n.20/1950

[7] “Doctrina del diablo en el cuerpo”, Battaglia Comunista, n.21/1951

[8] “Empresas económicas de Pantalone”, cit.

[9] “Doctrina del diablo en el cuerpo”, cit.

[10] Marx, citado en “Profeti dell’economia demente”, Battaglia comunista, 21/1950

[11] Idem.

[12] “Empresas económicas de Pantalone”, cit.

[13] “Doctrina del diablo en el cuerpo”, cit.

[14] Desde que en Italia se han instalado las privatizaciones el único sector que ha visto una reducción de precios es el telefónico, en donde, probablemente gracias a los costes reducidos de gestión y a un mercado en expansión subsisten aún márgenes para reducir algunas tarifas, manteniendo altos beneficios.

[15] “Empresas económicas de Pantalone”, cit.

[16] “Doctrina del diablo en el cuerpo”, cit.

 

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