PARTIDO COMUNISTA INTERNACIONAL: Lo que va de Marx a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido  Comunista de Italia (Livorno, 1921); la lucha de la Izquierda Comunista contra la dgeneración de la Internacional, contra la teoría del "socialismo en un solo país" y la contrarrevolución estalinista; el rechazo de los Frentes Populares y de los Bloques de la Resistencia; la dura obra de restauración de la doctrina y del órgano revolucionarios, en contacto con la clase obrera, fuera del poliqueo personal y electoralesco.


Una característica fundamental de la necesaria renovación del órgano revolucionario (el partido) es el contacto con la clase obrera, la constante participación en sus luchas de resistencia y reivindicaciones económicas con funciones directivas y organizativas.

No se trata de hecho ni de una participación pasiva ni de un genérico apoyo a un movimiento en el que todo vendedor de su fuerza de trabajo puede, desde muy pronto, tomar conciencia de su propia colocación económica y social (pero no política) y de los adversarios que tiene delante. Se trata más bien de un momento de enfrentamiento con las demás fuerzas políticas que, como tantos parásitos (tal es su naturaleza), se lanzan sobre el movimiento para mantenerlo dentro de modalidades y compatibilidades adoptadas estudiadas por la burguesía durante dos siglos de dominio con la finalidad de amortiguar cualquier conflictividad radical en potencia.

Hoy, además, en este año 2012, con la histórica e irreversible involución de las organizaciones sindicales que, tras la derrota de la gran ola revolucionaria (1917-1926) y la consiguiente y perdurable fase contrarrevolucionaria, se han convertido por doquier en un instrumento de control económico y social sobre la clase trabajadora, nuestra participación en las luchas reivindicativas tiene como objetivo fundamentalmente la reorganización, sobre la base de contenidos y métodos específicos, de un movimiento de resistencia y reivindicación económica finalizado hacia la defensa de la clase de los vendedores de su fuerza de trabajo, independientemente de cualquier interés de las empresas, de los directivos, de los patronos, de los propietarios, de las juntas de administración, del estado.

En resumidas cuentas, como partido revolucionario nosotros trabajamos por la reorganización de lo que, llamándolo por su nombre, se conoce como sindicato de clase.

 

La forma organizativa

Si esa relación entre el contenido y la forma (todo “nombre”, toda “forma” o “fórmula organizativa”) no se entiende bien, puede resultar y ser comprendida, siendo optimistas, como un mero recurso, un veleidoso atajo, una ilusión activista. Por no hablar del voluntarismo idealista, que le endosa la etiqueta de “sindicato de clase” a cualquier organismo de reivindicación económica con la única condición de que operen en él miembros del “partido comunista” o que se cree que, gracias a su mera presencia (con la pretensión además de que sea esta automáticamente reconocida como “dirección”, en virtud de una especie de reconocimiento metahistórico), este organismo pueda ser un “embrión” de todo ello.

Uno de los recursos más comunes es el que, en Italia, implica a diversos “sindicatos de clase”, con un agravante añadido: el “sindicato de clase” que se remeda no es el de los gloriosos años de principios del siglo XX, sino el de la Resistencia, el de los dirigentes oportunistas Di Vittorio y Lama, o el de la extraña mezcla de obrerismo y extremismo que fue el sindicalismo de los tardíos años sesenta y de los sucesivos.

Otro recurso común es el de postular como característica y prejuicio clasista que el que la vida y la organización interna sean modeladas sobre una pretendida “democracia obrera”. Es evidente que, en un futuro sindicato de clase, esto es, en una organización de lucha en la que los proletarios, a través de luchas y movilizaciones, hayan agarrado el destino con sus propias manos, las relaciones entre los que asumen tareas de dirección y la llamada base sean completamente diferentes de las que hoy están vigentes en los actuales sindicatos, en los cuales están siendo determinadas por las elecciones de los vértices, obedientes al dictamen de la conciliación subordinada al orden del dominio burgués.

Esa relación diferente en el futuro sindicato de clase (tanto si es el producto de largas y relevantes batallas como si lo es por una rápida ruptura social, poco importa eso) no puede invocarse hoy ni a través de una pacífica y paciente “solicitud” ni (peor aún) a través de una “lucha por una mayor democracia”: ninguna relación interna en los actuales sindicatos de régimen o en las pequeñas corporaciones de base puede modificarse de ese modo. Incluso cuando se trate de organismos de lucha surgidos ex novo, en cuya normal praxis organizativa se haga evidente una relación directa y de control continuo entre los proletarios, sería erróneo identificar tal relación como si fuera de por sí causa o base principal de su existencia. Tal estructura –la llamada “democracia interna”– existe y se mantiene mientras sea alimentada por la fuerza impulsada por los trabajadores, atenuándose hasta cambiar y cesar por completo cuando esa misma fuerza deja de alimentarla.

Dentro del movimiento proletario de clase no existe (nunca ha existido) un funcionamiento interno completamente democrático, es decir, una estrecha y directa relación entre la base y los dirigentes, si no en raras situaciones históricas revolucionarias. Y en esos casos no era el “principio democrático” el que garantizaba la “justa praxis organizativa”, sino la dinámica de la lucha de clases, de muy diferente naturaleza respecto cualquier formalismo organizativo.

Terminada aquella situación histórica, el órgano sindical “traicionaría su orden”, no por efecto de una “carencia de democracia”, sino por los cambios generales de las relaciones de fuerza entre las clases, que se reflejarán después también en su estructura y vida interna –la cual, invocará, por cierto, tanto más “democratismo” cuanto más se vaya transformando en un aparato de control sobre los inscritos.

Incluso cuando, a finales de los años sesenta del siglo pasado, nosotros lanzamos la campaña de los “comités de defensa del sindicato de clase” (que se demostró un remedio inútil, si no contraproducente y fue por tanto rectificada con las “Tesis sindicales” de 1972), retomábamos una etiqueta que fue apropiada en torno a los años veinte y la transferíamos a una situación completamente diferente, con la ilusión de poder así reanimar los destinos de el proletariado. Teniendo en cuenta que la CGL (Confederazione generale del lavoro: Confederación general del trabajo) de aquella época tenía, para bien o para mal, una vocación de sindicato de clase y que por tanto aún había en la organización algo que defender, con el único “problema” de liberarse de su dirección oportunista (volviendo a proponer un esquema “a lo 1920”, mas sin la fuerza de aquella época confusa pero enfervorecida), nuestro partido piensa lanzar una fórmula organizativa, la de los “comités”, abiertos también a los trabajadores militantes en o influidos por otras agrupaciones políticas, para “salvar” a la CGIL (Confederazione Generale Italiana del Lavoro) de posiciones y actitudes todavía peores.

No se comprendía, pues, que aun siendo significativa la renovación de las luchas sindicales de finales de los años sesenta del siglo XX no llegara a determinar una inversión de tendencia en la tenacidad de la contrarrevolución y que, por la urgencia de extender la relación con la clase, “se olvidara” continuar con la crítica realizada hasta entonces a la evolución y al papel de aquel sindicato ya nacional (que había pasado de ser rojo a llevar los tres colores de la bandera italiana). Se pretendió, en definitiva, colgar una etiqueta “de clase” a una CGIL ya inexorablemente transformada, hasta el punto de que podía incluso tolerar en su estatuto el objetivo lejano (y genérico, por haber sido formulado de forma muy abstracta) de la superación del trabajo asalariado, y todo ello sin poseer siquiera un plan de lucha y batalla (la famosa y lejana “reconquista, acaso a fuerza de patadas en el trasero, de la dirección de los sindicatos”), pero, eso sí, con el recurso “democrático” de “comités” que defendieran la naturaleza originaria, como vía para conquistarla hacia una dirección de clase!

También un partido como el nuestro puede, por tanto, perder el norte si se deja arrastrar por el empuje de las luchas: fundamental fue entonces su capacidad de corregir el error con las “Tesis” de 1972. Para los proletarios, la fuerza puede ser representada por sus luchas y por una creciente solidaridad de clase. Para el partido, la fuerza está representada por su capacidad crítica: cuando esta se debilita o es sustituida por los mitos del pasado o por sugestiones del presente, nos alejamos de la línea y función histórica y se corre el riesgo de interrumpir bruscamente el trabajo de restauración del órgano revolucionario de clase y de caer presa de la contrarrevolución.

La ilusión radica en intentar –volviendo a proponer siglas, fórmulas organizativas y etiquetas similares– abreviar o facilitar la aceleración de un espontáneo movimiento de clase. Este movimiento sin embargo exige tiempos y recorridos que, incluso antes de poder ser encaminados y dirigidos, necesitan ser comprendidos en la dialéctica de su momento histórico, privándoseles así de su espontaneidad.

La reorganización del futuro movimiento de resistencia y de reivindicación económica de clase no depende por tanto de fórmulas o de modelos inventados o redescubiertos por las “vanguardias”, por las “organizaciones de base”, por los “proletarios cabreados”, sino que es un proceso –más o menos repentino, más o menos largo– cuyo objetivo podrá alcanzarse solo a través de continuas batallas, luchas, combates con los militantes de las más diversas organizaciones políticas (el arco entero del oportunismo: desde la derecha nacional-popular hasta el “comunismo” obrerista), a través, en definitiva, de conquistas sobre el terreno y de un recorrido de lucha cuyas etapas hay que relacionar, ante todo, con la fuerza, la solidaridad, la lucha de clases que el proletariado ha sabido poner en juego con la contribución activa de los militantes del partido.

 

Las reivindicaciones

También la cuestión de las reivindicaciones, que constituyen el contenido de la organización de resistencia y reivindicación económica por la cual combatimos, corre el riesgo de transformarse en un atajo veleidoso –en un mero remedio o recurso– si es expuesta de forma idealista y abstracta: esto es, sin entender las condiciones en las que vive y trabaja nuestra clase.

Actuando así, de hecho, nos olvidamos de una de las principales constataciones del materialismo dialéctico (pues el comunismo no “inventa” nada, pero saca a la luz lo que el dominio capitalista mistifica, esconde, cuenta de sí mismo): la ideología dominante no está constituida solo por la “cultura”, por la “ciencia”, por la “apariencia” del pensamiento burgués, sino que es sobre todo el sistema general de referencia –eso que denominamos “valores”– dentro del cual cada uno de nosotros vive aún antes de comenzar a pensar. Se trata de la ideología de las clases dominantes en su sentido más amplio. Si esto no se entiende, tampoco se comprenderán los condicionamientos que obstaculizan concretamente un desarrollo espontáneo y veloz del movimiento de reivindicación y defensa económica, a pesar de los bastonazos que durante casi cuarenta años de sacrificio se han abatido sobre nuestras espaldas.

Nuestra clase está obligada a bregar con esos condicionamientos del pasado y esas determinaciones del presente: y de ellos resultan las relaciones de fuerza de las que se debe partir de nuevo.

Y, lamentablemente, nos pondremos en movimiento sin una memoria crítica consolidada y difundida, pero con una concreción que exige objetivos tal vez mínimos pero practicables: desde ahí comenzará ese recorrido que, solo si tiene un desarrollo, una continuidad, podrá echar las bases de una asociación permanente, destinada a reconocerse en la necesidad (propagada a través de la lucha de los comunistas) y organizada alrededor de reivindicaciones de clase.

Así pues, se puede y se debe proponer reivindicaciones sobre las que apoyar la acción y la existencia del sindicato de clase: pero tiene que quedar claro que estas constituirán etapas y puntos de llegada de un recorrido que aún debe empezar a dar los primeros pasos.

El único atajo posible, el único catalizador que permitiría acortar los tiempos de la reacción histórica, sería precisamente una enraizada y difundida presencia del Partido Comunista que podría, a la sazón, acompañar y estimular ese movimiento. Pero con deseos, añoranzas y arrepentimientos no se puede combatir la contrarrevolución.

Lamentablemente, hoy el Partido Comunista es ultraminoritario (ya es mucho que más de ochenta años de contrarrevolución no lo hayan esquilmado completamente) y, dialécticamente, no puede sino esperar de la renovación de las luchas proletarias la energía que le permita salir de esta condición y volver a ser el “órgano que revela la clase a sí misma”.

Por otra parte, nuestra clase tiene en cualquier caso necesidad de nuestras indicaciones, porque no puede trazarse el camino por sí misma encontrarlo por sí sola sin la memoria, depositada y consolidada, de las experiencias históricas que solo el partido revolucionario (como única fuerza proletaria que ha sedimentado crítica, experiencia y proyectos más allá de los acontecimientos contingentes) puede garantizar.

La necesidad de la intervención en las luchas de nuestra clase, allá donde sea posible, es pues una tarea a la que los militantes comunistas no pueden sustraerse: se trata de un deber que hace práctica la lucha teórica y táctica, aunque la actual contingencia histórica haga que parezca un esfuerzo titánico (iy más propio de Sísifo que de Prometeo!). Por otra parte, como se ha dicho siempre, la revolución no es una cena de gala…

Luchas espontáneas y desorganizadas, desarticuladas explosiones de cólera, no sedimentan ni pueden por sí solas depositar un proyecto de organización estable: ni aún menos tienen capacidad, por haber nacido de la necesidad de supervivencia, para disponerse de modo espontáneo hacia el norte de la revolución de clase. La enunciación y la propaganda de las reivindicaciones de clase no deberían por sí mismas crear en los organismos de lucha la sugestión de que su realización será fácil o de que esté al alcance de la mano, sobre todo cuando no son sostenidas por y no están basadas en un análisis realista de la situación en la que se ha de luchar.

Pero existe otra sugestión que también puede crear confusión entre los trabajadores que recomienzan a luchar y entre aquellos que instintivamente sienten la necesidad de superar el modo de producción capitalista: que objetivos y consignas sindicales muy radicales puedan ser de por sí causa y fin de una ruptura revolucionaria, una sugestión que puede sacar a la luz de nuevo por un lado la antigua ilusión del “sindicalismo revolucionario” –esto es, una lucha que superpone y confunde economía y política anulando toda perspectiva de transformación social del mundo imperialista– y por otra, una imagen más “moderna” que ve en el radicalismo de las reivindicaciones económicas el detonador de la revolución y que, por tanto, “espera” que se acerque la “hora X” en la que la mayor parte del proletariado finalmente “comprenderá”.

 

Los métodos de lucha

Concluyamos con una última aclaración respecto a los métodos con que exhortamos a nuestros hermanos de clase a retomar la defensa y las reivindicaciones económicas.

La “transformación” de los sindicatos en el actual momento histórico, imperialista y contrarrevolucionario, ha desarticulado paulatinamente los modos con los que se conducen los conflictos sindicales, hasta el punto de hacerles perder su eficacia fundamental: la de crear a la contraparte el mayor y más grave daño económico, dado que el único lenguaje que la burguesía comprende es el de la contabilidad.

Nosotros no tenemos ni hacemos propaganda de una mística de la “huelga general”, sino que reconducimos a la luz todo método que cause una (cada vez mayor) pérdida en las arcas de la contraparte, hasta que esta se vea obligada a firmar lo que la “racionalidad” de nuestra clase considere oportuno.

No es una novedad: se gana, se vence si se consigue resistir un minuto más que el propietario o patrono.

Y es sabido que, para resistir ese minuto más, la futura organización de defensa y reivindicación económica tendrá que gestionar y organizar la supervivencia de todos los proletarios metidos en la lucha, con una caja que no puede organizarse en el último minuto o relegarse al buen corazón de una improvisada solidaridad obrera.

 

 

Partido comunista internacional

(il programma comunista)

 

 

INTERNATIONAL COMMUNIST PARTY PRESS
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