PARTIDO COMUNISTA INTERNACIONAL: Lo que va de Marx a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido  Comunista de Italia (Livorno, 1921); la lucha de la Izquierda Comunista contra la dgeneración de la Internacional, contra la teoría del "socialismo en un solo país" y la contrarrevolución estalinista; el rechazo de los Frentes Populares y de los Bloques de la Resistencia; la dura obra de restauración de la doctrina y del órgano revolucionarios, en contacto con la clase obrera, fuera del poliqueo personal y electoralesco.


Desde hace al menos cuatro años, con creciente intensidad y un transcurrir cada vez más complejo, vivimos una profunda crisis de sobreproducción capitalista. La misma burguesía considera esta crisis como superior, por su profundidad y sus efectos, a la de 1929, que endureció más la gigantesca operación represiva que continuó a la derrota internacional de la revolución proletaria (1922-1927) durante toda la década de los 30, y culminó en la segunda matanza mundial. La breve crisis siguiente en la posguerra, la que va del  año 1974 a 1975, cierra el ciclo de acumulación postbélico: una “época de oro”, como a menudo se describe. En un breve período se da un proceso de inundación capitalista en la “forma imperialista”, el mas violento registrado nunca a escala mundial, que clausura también el “ciclo de las revoluciones nacionales”, y que está recorrido por crisis económicas y financieras cada vez más intensas y frecuentes hasta hoy (1980-81, 1987-91,1997-98, 2001-2003, 2007-20??). Desde aquella fecha (1975), treinta y seis años de acumulación cada vez más costosa han transformado todo el escenario mundial económico y social. La potente dinámica capitalista, surgida de Gran Bretaña en la mitad del siglo XVII, ha invadido ahora  todos los rincones de la tierra.

 

Hace algunos años, en el inicio de esta crisis, republicando algunos artículos de 1974 y 1975 que aparecieron en el periódico del partido, y titulados “Crisis y revolución” y “Más sobre crisis y revolución”, escribíamos (nº 1 y nº 2 del año 2008 de este periódico): “Tarea de los revolucionarios es analizar correctamente la marcha y la profundización de la crisis económica, y preparar al partido para trabajar entre las filas de la clase proletaria, para guiar y dirigir la crisis social, que se creará a partir de la crisis económica, de forma no automática, ni mecánica”. Tarea importante y decisiva en extremo para el destino de la futura revolución. 

 

En el prólogo subrayábamos así la equivocada correlación automática entre crisis y revolución en los procesos económico-sociales y la repetida llamada a no dejarse llevar, en el curso del desarrollo de la crisis, por elucubraciones idealistas, de las que se nutre tanto la pasividad fatalista (“la crisis en su evolución nos llevará a la revolución”) como el activismo impotente (“solo la acción permitirá que arranque el tren de la revolución”); en ambos casos, de naturaleza mecanicista. La crisis económica de 1974-1975 (crisis histórica, como la denominamos), y que fue prevista por nosotros hacia fines de los años 50, basándonos en el estudio de los ciclos económicos, ha sido muchas veces examinada por el partido, demostrando en nuestras Reuniones Generales (“Curso del capitalismo mundial”) las causas económicas de fondo que han llevado a su violenta emergencia a la superficie, de forma sincrónica en todos los grandes países capitalistas del mundo; y que son las mismas causas económicas sobre las que se cimentó la dinámica tan vivaz de las clases sociales, a fines de los años 60 y en los años 70.

 

Lo que siempre es preciso plantear y aclarar es la dinámica que el proletariado está obligado a recorrer,  en la época del capitalismo tardío, dinámica que no se presenta bajo una forma lineal y uniforme. De hecho, continúa muy complicada la contradicción entre el avanzadísimo grado de desarrollo económico del capitalismo y el retraso histórico de la revolución proletaria. La relación entre política, alineamientos de clase y fuerzas productivas está indudablemente compuesta por funciones de orden superior. Pero las mismas tienen, como afirmaban Marx y Engels, y repitieron Lenin y Trotsky, una solución real: la realidad capitalista lleva en su seno la solución revolucionaria, y la lucha de clases es capaz de cortar los nudos de la complejidad. A efectos del conocimiento, es determinante el modo en que el proceso, en estado potencial, se posiciona y evoluciona, en el interior del sistema dinámico.

 

El camino de desarrollo de una país [es Trotsky quien habla], incluso su desarrollo revolucionario, puede ser interpretado dialécticamente sólo por la acción, reacción e interacción de todos los factores materiales y superestructurales, tanto nacionales como mundiales, no mediante yuxtaposiciones ó analogías formales[1]

 

Así, Trotsky indica el método (materialismo histórico-dialéctico) de búsqueda en la conexión (acción, reacción, interacción) de factores (estructurales y superestructurales) espaciales (nacionales e internacionales) en el transcurso del tiempo. La complejidad, así expresada, es la única que merece el nombre de investigación científica de la realidad.

 

A la luz de la ciencia marxista, perseguiremos indicar, y no “descubrir”, los parámetros históricos y materiales que permitan sacar de la niebla lo que parece oscuro: el retraso de la revolución. Para hacerlo, es necesario ante todo colocar en el centro del escenario material la historia política de la clase dominante burguesa, que es de muy diferente naturaleza a la del proletariado, la clase oprimida. Sólo después (debido a la conexión dialéctica entre las dos historias) es posible poner bajo la lupa la historia del proletariado y sus profundas contradicciones objetivas y subjetivas. Nos limitaremos sobre todo a las muy generales observaciones de Trotsky. Por lo que respecta a la primera, la burguesía, se expresa así:

 

A pesar de que la burguesía está en completa antítesis con las exigencias del desarrollo histórico, continúa siendo la clase más fuerte. No solamente, sino que, desde el punto de vista político, la burguesía alcanza la cúspide de su poder, la cúspide de las concentración de sus fuerzas y de sus medios políticos y militares, de engaño, de violencia y de provocaciones, el apogeo de su estrategia de clase, en un momento en el que la amenaza de un hundimiento social se cierne sobre ellos. La guerra y sus horribles consecuencias […] han desvelado a la burguesía el implícito peligro de la ruina. Eso es lo que ha agudizado al máximo su instinto de conservación. Cuanto mayor es el peligro, tanto mas la clase, como el individuo, afina las energías vitales propias para su lucha de conservación. No debemos por otro lado olvidar [y este es el gran privilegio de la clase dominante – NdR] que la burguesía se ha visto en un mortal peligro después de haber adquirido una enorme experiencia política. La burguesía ha creado y destruido todo tipo de formas de gobierno: se ha desarrollado bajo el puro absolutismo, bajo la monarquía constitucional, bajo la monarquía parlamentaria, bajo la república democrática, bajo la dictadura bonapartista, en el Estado aliado con la iglesia católica, en el Estado que perseguía a la iglesia, etc.; toda esta rica, multiforme experiencia, inserta en la sangre y la carne de la casta dirigente de la burguesía se moviliza para mantenerse en el poder a toda costa. Y esa burguesía actúa con tantas mas dotes de inventiva, refinamiento y falta de escrúpulos cuanto mas sus jefes reconocen el peligro que la amenaza[2] 

 

Añadamos a todo esto la experiencia del servicio prestado al dominio burgués por la socialdemocracia internacional, nacida en el seno de la realidad obrera (principalmente durante el período de la II Internacional, pero que ya estaba engendrándose en la I Internacional), y seguidamente la dictadura directa y brutal de la burguesía bajo las formas del fascismo y del nazismo y de las demás formas liberales y democráticas que han visto al Estado burgués salir a campo abierto contra el proletariado en las dos guerras mundiales. Y, aún más, la función última del estalinismo, el monstruo que sale de las aguas de una III Internacional que derrapaba, anulando y desperdiciando, después de 1926, todo el legado de experiencias proletarias acumuladas en los años de la preparación revolucionaria, las energías de la época revolucionaria y todos los sueños y esperanzas del futuro revolucionario a escala mundial. Nuestro partido, ampliando el sentido de estas experiencias, haciéndolas nuestras, las ha denominado Lecciones de las contrarrevoluciones, no ahorrando nada que pudiera servirnos para nuestra futura revolución en la senda de las enseñanzas de Marx, que en las primeras líneas de Luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 escribe así: “En una palabra: el progreso revolucionario no se abrió camino con sus tragicómicas conquistas inmediatas, sino, por el contrario haciendo surgir una contrarrevolución compacta, poderosa, haciendo surgir un adversario, únicamente combatiendo al cual alcanzara el partido de la insurrección la madurez de un auténtico partido revolucionario”.

 

Una maraña de contradicciones, de resistencias, de fricciones de inercias objetivas, impide a la crisis económica incluso en su forma mas explosiva, unirse, de forma directa e inmediata, con los factores subjetivos que promueven, alimentan y guían el salto histórico, transformándoles en factores que, por el contrario, retrasan, dispersan, expulsan la crisis revolucionaria, a pesar de estar las condiciones de desarrollo económico mas que maduras a causa del agotamiento de impulso de acumulación del modo de producción. La fuerza de la experiencia adquirida por la burguesía es descrita también por Trotsky para distintos países, poniendo de relieve las causas intrínsecas del atraso que pesa sobre la clase.

 

Para Gran Bretaña, la experiencia de “piratería mundial”,  “la posición de privilegio asegurada, no sólo a su burguesía, sino también a una fracción de la clase trabajadora”, “el depósito de recursos contrarrevolucionarios disponibles para el capitalismo británico por una larga tradición parlamentaria y por el arte de manejar los medios más refinados de corrupción material e ideológica de las clases oprimidas”; en Francia “una clase dominante que por un lado seduce a las masas populares, incluyendo a los obreros, con un despliegue dramático de tendencias antidinásticas, anticlericales, republicanas, radicales, masónicas, etc.,   por otro lado explota las ventajas derivadas de su primogenitura y de su posición de usurera mundial para frenar el desarrollo de nuevas y revolucionarias formas de industrialismo”; para Alemania, “un país aventajado por la posesión de una tecnología ultramoderna y por una ‘ciencia’ de las organizaciones y combinaciones desconocidas a los primogénitos de la revolución industrial, y el crecimiento no menos vertiginoso del movimiento obrero organizado y del nivel de vida de las grandes masas, hasta la transformación de la socialdemocracia en la viva encarnación del fetichismo organizativo’ al servicio y en interés de la contrarrevolución capitalista”. [3]

 

La conclusión de Trotsky tiene la fuerza del enunciado de una ley física: “Cuanto mas poderoso, en igualdad de condiciones, es un país desde el punto de vista capitalista, cuanto mayor es la inercia de las relaciones ‘pacíficas’ de clase, tanto mas fuerte debe ser el empuje necesario para arrancar a los dos clases enemigas –proletariado y burguesía- del estado de equilibro relativo, y transformar la lucha de clases en guerra civil abierta. Una vez declarada, la guerra civil, en igualdad de condiciones, será tanto más aguda y rabiosa cuanto más alto sea el nivel de desarrollo capitalista alcanzado por el país en cuestión; cuanto más fuertes y organizados son los enemigos, tanto mayor es el volumen de recursos materiales e ideológicos a disposición de ambos[4]

 

***

La relación entre crisis económica y dinámica del proletariado responde por tanto a fenómenos ante todo objetivos, económicos. Pero el proletariado efectúa en la sociedad también una función política (la “tendencia a su dictadura” sobre la sociedad capitalista como transición a la sociedad sin clases –que es el auténtico descubrimiento de Marx- tiene naturaleza objetiva):  la relación económica de dependencia, que liga al proletariado al capital, y por tanto a la crisis, depende, además de de su número, también de las formas organizativas que se ha dado a sí mismo en las diversas situaciones históricas (organizaciones sindicales y políticas, en sus distintas variedades: reaccionaria, reformista o revolucionaria) a veces manifestada como resistencia, otras veces como simple voluntad de lucha inmediata, o, más raramente de ataque abierto contra la burguesía bajo la guía de un órgano especial: el partido de clase. En este sentido, la tendencia objetiva se manifiesta como organización y como consciencia subjetiva. La crisis pone al descubierto las incrustaciones estructurales y superestructurales, las presiones sociales, pero también los desafíos, el programa de lucha, las finalidades intrínsecas. Ningún “automatismo y mecanicismo” economicista, por tanto, podría determinar las transformaciones que el proletariado sufre en el tiempo y como consecuencia su acción revolucionaria. 

 

Lo puede creer quien, una vez más, “conecte mediante un puro formalismo el proceso económico y el político”, olvidando que para Marx, si “la clase obrera posee un factor de éxito,  el número” (y la misma dinámica del desarrollo del capitalismo aumenta ese número sin cesar),  por otra parte “el número pesa en la balanza únicamente cuando está unido por la organización y guiada por la conciencia”); y que la primera (la organización), en el plano estrictamente económico, está constantemente minada por la competencia recíproca entre proletarios, mientras la segunda (la conciencia, poseída únicamente por el partido, e importada por el mismo como acción de vanguardia en la lucha de clase) está en constante peligro de ser destruida, incluso cuando y donde ha sido conseguida, por el inmenso peso de la inercia histórica de la ideología dominante con reflejos profundos y duraderos que hacen de la misma organización, o corren el peligro de hacer, no un elemento de impulso sino de freno.

 

Número, organización y conciencia definen una clase social, el proletariado, orientada hacia su dictadura. Pero ese número de proletarios, aún creciente (su masa crítica activa y de reserva es cualquier caso determinante en el curso de la lucha), no puede tener eficacia sin organización, que es minada por la concurrencia (por tanto, por la lucha en el interior del mismo campo proletario); organización que nunca es unitaria, en tanto sigue procesos (nunca uniformes, nunca lineales) de desarrollo económico, por ello variables en el tiempo y en el espacio, que el proletariado ha sufrido (precariedad, flexibilidad, concentración, dispersión territorial). En fin, la conciencia, es decir, el conocimiento de la propia condición histórica, que sólo un pequeño número de proletarios llega a adquirir: por un lado, las vanguardias de la clase, la nacida sobre el terreno de las luchas (inmediatas, espontáneas) de defensa económica, y la que trasciende hacia formas organizadas, las formas sindicales; por otro lado aquellas que dialécticamente se constituyen como formas ya políticas, embriones o núcleos del poder de clase (los soviets, por ejemplo).

 

Muy diferente es la forma política, el origen y la función del partido, que se presenta como órgano y guía de la clase proletaria. En la relación entre partido y clase, en la función que el partido ejercita tanto bajo las formas primitivas de la lucha de defensa como bajo formas políticamente avanzadas (la vanguardia de clase), se mide el grado de capacidad de guía que el partido ejerce, demostrando que el partido “no hace” la revolución, sino que la guía. Estas dimensiones (población obrera, organizaciones económicas y políticas), aún proviniendo del proceso productivo,  intervienen en el estallido de las crisis: desfases temporales, explosiones imprevistas (revueltas), largas depresiones y aceleraciones inesperadas, corporativismo paralizante y fogonazos locales de lucha de clases, se intercalan y se amontonan sin ninguna periodificación.

 

Solamente puede pensar que la relación entre crisis y revolución es automática quien olvida que ya Marx y Engels habían registrado el fenómeno de una “aristocracia obrera”, nacida del tronco de los beneficios de la expansión comercial y colonial, y de la incorporación de levas proletarias jóvenes y potencialmente vírgenes en trade unions, ahora caídos en las garras de “lugartenientes burgueses en las filas de las clases trabajadoras”, marchando bajo la bandera de la triple sirena “libertè, égalite,fraraternité”; quien olvida que la fábrica es al mismo tiempo escuela de disciplina (Lenin) y la  jaula (Marx) de los asalariados; y que los mismos factores objetivos –desempleo, inseguridad vital, miseria, recaída periódica en los mas bajos estratos del ejército industria de reserva, el espectro recurrente de la guerra etc., -   que empujan y que sin duda impulsarán otra vez a las masas a la arena del choque social decisivo, actúan no raramente como razones de depresión y de desmoralización, como incentivos para el esquirolaje abierto o disimulado.

 

***

Por consiguiente -insistíamos en aquellos artículos de 1974 y 1975, vueltos a publicar en 2008- no existe automatismo que impulse al proletariado a la revolución en una situación de crisis, ni siquiera en la mas profunda,  porque, no sólo en el interior del partido, sino en el interior de la clase, se forma al mismo tiempo un potente sistema de conservación. Al hablar de aristocracia obrera no se identifica un aspecto particular y contingente, que nace y desaparece dependiendo de las situaciones históricas. Tal y como la penetración de la ideología burguesa puede transformar el partido revolucionario en partido de reformas sociales y por lo tanto en un partido reaccionario (una dinámica absolutamente irreversible) del mismo modo la estructura contrarrevolucionaria, que llamamos aristocracia obrera (nacida del hecho de que la clase es también clase para el capital, funcional al capital), una vez constituida (Marx y Engels la denominaron “partido burgués”), ya no desaparece. El estado de conservación del sistema burgués se nutre y vive casi exclusivamente de todos los elementos que tuvieron y tienen una esencia parasitaria en el interior de la clase obrera. Todo “obrerismo” (ideología propia de la aristocracia obrera) exalta con la fábrica la emancipación corporativa del proletariado, su profesionalidad, su conocimiento técnico, la autoconciencia política, y no su condición de  escuela de disciplina y de lucha mortal contra la clase enemiga, no su condición de jaula.

Y hay más. Este mecanicismo y este automatismo lo pueden pensar torpemente aquellos que olvidan hoy (¡y son legiónes!) que sobre la clase obrera pesa mas de un siglo de sangrienta derrota, de hemorragia sin precedentes, de holocaustos sin nombre, que han seguido a batallas sin embargo gloriosas y que, sobre todo, demasiadas y en momentos demasiado decisivos se ha roto –con la complicidad o directa ejecución de los tránsfugas del movimiento obrero- el único nexo que puede unir de forma estable “organización” y “conocimiento” poniendo una cosa al servicio de la otra y ambas al servicio de la preparación revolucionaria previa a la aplicación de la praxis en la revolución: es decir, el Partido.

Si, en tanto comunistas, hemos sostenido desde siempre que  la conciencia está en el partido, órgano de la clase y no una simple parte de ella, el trastorno de esta base teórica (el conocimiento) esta siempre en un estado crítico dentro del partido. Esa conciencia está en constante peligro incluso cuando y donde ha sido adquirida. ¿Quién es el responsable de ello? Es el inmenso peso de la inercia histórica que la ideología dominante transporta a través de sus profundas consecuencias, que transforman la organización política (programa, táctica, estrategia) en un factor de conservación. El órgano, mediante el cual el proletariado se convierte en clase, y no en simple número y pura forma organizativa, es atacado desde el interior para que su tarea sea olvidada, frenada, impedida. La crisis económica regenera la dinámica del partido, al mismo tiempo en que aumenta su grado de conservación, transformando su estado. El materialismo dialéctico nos recuerda siempre que lo único absoluto es el movimiento: el contenido y  la forma del partido en la crisis sufren cambios en un sentido y graves repercusiones en otro. El partido es convocado a la relación con la clase, a su función revolucionaria, a la actividad, a explicar su función militante. Los dos errores de activismo y pasividad, reflejos por cierto de la ideología burguesa, actúan en este punto, al exigirse capacidad operativa colectiva, sólidos reflejos, realismo táctico y organizativo en el mismo momento en el que se teme la pérdida de la base teórica, de los principios y de la finalidad y sobre todo que el localismo, avivado, caiga sobre unidades combatientes individuales, las secciones. Surge de aquí una creciente necesidad de centralización (no sólo formal) de las fuerzas y de su funcionamiento orgánico, apoyada principalmente por la capacidad colectiva adquirida a lo largo del tiempo.

Los cómplices o directos ejecutores de esta realidad reaccionaria, que actúan a manera de inmenso freno de la clase, son tránsfugas de la burguesía, pasados al interior del partido a través del movimiento obrero. Son los que debieran establecer el nexo, lo único que puede unir establemente “organización” y “conciencia”, poniendo una al servicio de la otra y ambas al servicio de la preparación revolucionaria primero, y después a la “aplicación de la praxis” en la revolución; es decir, el Partido. El marxismo conoce desde su aparición esta función, y Lenin basará científicamente su presencia en el partido, negándole desde el inicio la libertad de crítica.  ¿Qué quiere decir Lenin? Habla de una inestabilidad de fondo proveniente de su procedencia social. Por ello, afirma en ¿Qué Hacer? y en tantos otros textos que el partido  única y exclusivamente puede fundarse sobre la claridad teórica, programática, táctica y organizativa; que la “libertad de crítica” significa eclecticismo, ausencia de principios firmes, indeterminación de los fines y de la táctica: significa desorganización, expedientismo táctico, anarquismo. Nuestro partido, desde 1921, comprende el sentido de este peligro, de esta presencia “necesaria e inevitable”, porque el partido de clase se forma en el terreno de la sociedad, al contrario que su programa, su finalidad, que nacen de la lucha de clases. El partido no es una producción directa del pueblo, o de una parte suya, los trabajadores, ni de formas organizativas burguesas (la democracia popular, la democracia social, la democracia obrera): sus fuentes y su fuerza residen en una clase histórica, el proletariado, que se muestra con todas sus determinaciones revolucionarias solo durante breves espacios de tiempo. El núcleo vital del partido no es la forma organizativa en sí, sino el programa histórico de esta clase. Las fuentes de las que nace el marxismo a mitad del siglo XIX, aclarará Lenin, son el inmenso campo de la tradición histórica económica, política y  filosófica humana, y no el liberalismo ni el laborismo. El cambio de nombre de social-democrático a comunista demuestra que se ha dado un salto histórico con la Revolución de Octubre, porque se desvincula de un origen democrático-liberal aún radical u obrerista, religándose a los orígenes del Manifiesto del Partido Comunista. Nuestro centralismo orgánico, fundamento  de nuestra organización, es la solución que Lenin y el movimiento de clase buscaban, porque elimina para siempre un método de organización interna de naturaleza burguesa, el democrático. Partiendo de esta base, para aquellos que entran en el partido está bloqueada la libertad de crear nuevas teorías, tácticas, estrategias, formas organizativas.

Muchas, por tanto, son las dinámicas conservadoras y reaccionarias, mucho mayores especialmente en una época de parasitismo social, en la fase final del modo de producción capitalista. En un intenso deseo de sintetizar en que estado real nos encontramos después de 1926, los artículos de 1975 y 1975 concluyen que el proletariado ha sido aquejado por una profunda “crisis de dirección”, que obliga a la “construcción” del partido.  No se ha tratado de la simple pérdida de una forma organizativa, sino de la pérdida de la teoría revolucionaria: “debemos tener la valentía de decir que, por grande y profunda que sea la crisis del mundo capitalista, no es mayor que la crisis de dirección del movimiento proletario: y no afecta únicamente ‘al grueso’ de ese movimiento, sino a la inmensa mayoría. O se comprende que esto significa construir con estos ladrillos la condición subjetiva fundamental de la revolución –el partido-,  construirlo y defenderlo en todas sus condiciones de existencia, o nos consideramos vencidos de antemano ante una crisis que vendrá como tantas han venido anteriormente, y que pasará sobre el cuerpo martirizado de la clase obrera y de su vanguardia militante como han pasado demasiadas ya”.

Hoy, a treinta y seis años de distancia, debemos añadir que hay algo aun mas profundo, que impide la “construcción” de la condición subjetiva fundamental de la revolución – el partido: algo que se refiere a la derrota sufrida a manos del estalinismo. Este ha reunido en sí todas las contrarrevoluciones: el reformismo socialdemocrático, el fetichismo productivista, el social-nacionalismo. La reconstrucción teórica de nuestro partido a partir de 1952 se ha dado sobre la base de las lecciones de las contrarrevoluciones: los militantes que nos han precedido nos han transmitido, como a través de la leche materna, no sólo las enseñanzas del pasado, sino también el horror de lo sucedido; nos han proporcionado con sus narraciones también el sentido de pérdida, de soledad y de espera de su renacimiento. Sobre esta base extraordinaria, nunca ha desaparecido la consigna vital de no darse por vencidos ante una tarea tan gigantesca. 

No parece extraño que la “derrota política” formal de ese monstruo que se llama estalinismo no haya “liberado” al proletariado, que su “confinamiento a la buhardilla” no haya sido el resultado de una lucha transformada en conciencia crítica revolucionaria; que la “confesión” no haya beneficiado a nuestro terreno, sino al terreno enemigo: el antiestalinismo democrático, la peor herencia del estalinismo.  El inmenso “campo de experiencias” antiproletarias de la burguesía no puede ser derribado por la ideología, por fantasmas de venganza, por voluntarismos de distinto género o por la intervención de un némesis histórico. A causa de su riqueza de experiencias para el proletariado, los ciclos finales de las tres Internacionales forman parte del bagaje de la experiencia histórica de la burguesía. No podía ser de otra manera: la cultura dominante es en cualquier época la cultura de la clase dominante. La lucha de clase revolucionaria del futuro se inscribe ya en condiciones objetivas explosivas, en el curso de las que el proletariado y la burguesía estarán obligados a combatir una batalla a muerte. En estos puntos cruciales (crisis de sobreproducción y aproximación hacia un nuevo conflicto mundial), la voluntad de poder, de conservación y de reacción de la burguesía y la revolucionaria del proletariado presentarán sus cuentas ante la historia. Si únicamente llegados a la mitad de los años setenta habíamos definido como ya cerrado el “ciclo de las revoluciones nacionales burguesas” y abierto el “ciclo de la crisis final”, debe comprenderse que apenas tres décadas después el modo de producción capitalista ha inundado todo el planeta. El proletariado ha acompañado el desarrollo de la burguesía, ha compartido su nacimiento intentado desplazarla, ha resistido, oponiéndose, durante su transformación reformista y democrática y ha sufrido una agresión abierta y terrible durante su fase imperialista, en el curso de su primera dictadura.

***

Hoy, en la situación de contrarrevolución imperante, en ausencia de auténticas luchas defensivas (y mucho menos de ataque, por el momento), en una situación en la que, entre un partido en embrión y la clase, el espacio de lucha se presenta aún vacío de vanguardias proletarias combativas, parece que la única perspectiva sea la misma espera resistente.  Y en cualquier caso debemos tener muy presente que las expresiones mas grandes de vitalidad y lucha del proletariado se han manifestado en periodos de profundas crisis económico-sociales o de conflictos bélicos: 1848-1850;1870-1871;1905;1915-1918. A los comunistas revolucionarios nos corresponde una actitud agresiva hacia la sociedad burguesa sobre la base de la teoría, del programa, de la organización, del plan táctico que la historia nos ha asignado: ningún voluntarismo, ninguna pasividad fatalista, ningún automatismo entre crisis y revolución, ningún sectarismo, sino realismo revolucionario, aprendizaje en las páginas de historia y en el campo de lucha del arte de la insurrección. Solo la confianza en el futuro, solo la voluntad de lucha permitirá atravesar y superar el infierno capitalista, cuando el enfrentamiento se reproduzca en su forma mas violenta. Los comunistas no se dan por vencidos e impedirán que otras tragedias puedan repetirse abatiéndose sobre el cuerpo de la propia clase. Deben volver a sus orígenes, al tiempo en el que se batían incluso en las mismas revoluciones burguesas, aprovechándose de la situación revolucionaria para arrancar la victoria de las manos de la burguesía y reconducirla bajo la propia dirección (la revolución permanente, como la definió Marx).

Mucho antes de la gran Revolución de Octubre, los jóvenes revolucionarios italianos escribían en 1912 así: “La convicción es hija del entusiasmo y del sentimiento y existe algo que no permite la pérdida de este sentimiento: la solidaridad instintiva de los explotados. Quien no tenga ya confianza en esta y quiera sustituirla con la escuelilla teórica, el estudio, la conciencia de los problemas prácticos, se encuentra […] melancólicamente lejos del comunismo[5]. Sobre la base de este entusiasmo y de este sentimiento, sobre la base de la solidaridad de clase, bajo la guía de un partido que ha merecido el título de partido de clase, la convicción se hará tan fuerte que nada podrá impedir arrancar de las manos de la burguesía el futuro de nuestra humanidad de especie.

Partido comunista internacional

(il programma comunista)


[1]              “De viaje. Pensamientos sobre la marcha de la revolución”, 29 de abril-1 de mayo de 1999
[2]              Die Neue Etappe, Hamburgo 1921.
[3]              “De viaje”, cit.
[4]              «De viaje »,cit.
[5]              Cfr. Storia della sinistra comunista I : 1912-1919, Edizioni Il programma comunista 1992,p.182
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